"ESPERO A LOS COSACOS Y AL ESPÍRITU SANTO" (Discurso Graduación Promoción 2012-2013. I.E.S. Carlos Bousoño).
No soy hombre de estrados.
Pertenezco a esa calaña de los que no se avergüenzan de tener maestros. Y los
de tal ralea, no muchos en los tiempos que nos cercan, entendemos que sólo se
puede crecer desde el diálogo cercano donde hay un yo y un tú que pueden
encontrarse, reconocerse y mirarse serenamente a los ojos. Desde ese diálogo a
veces suave, otras áspero y, las más de las veces duro, pero que siempre busca lo mejor. Un diálogo
que no admite nunca palabras gruesas que descalifiquen al otro porque el tú con
el que dialogo no es adversario sino compañero de camino.
Me gustaría en esta tarde
dialogar con vosotros. Con todos los que habéis sido mis alumnos y también con
los que no lo habéis sido. Y, a pesar del estrado, me gustaría poder miraros a
los ojos a cada uno con el fin de iniciar el que tal vez sea, para muchos,
nuestro último diálogo.
Decía Sócrates que una vida sin
examen no merece ser vivida. (Sin examen que no sin exámenes). Creo que al buen
maestro no le faltaba razón; es necesario parar la vida de vez en cuando y
examinarla porque la vida no es algo abstracto. La vida es mi vida, tu vida y
si no nos detenemos a observar su rumbo, se nos escapa como arena entre los
dedos convirtiéndose en una vida impersonal. Esa vida en la que no hay ni un yo
ni un tú, sólo una máscara. Máscara que convierte a la vida en un ello
anónimo. Y el anonimato, la máscara, es
la negación de la vida. Es la muerte en vida. Cuánta razón tenía Sócrates. Una
vida sin examen es una vida muerta que no merece ser vivida porque no es vida.
Habéis llegado al fin de una
etapa y es necesario examinar la vida.
Muchas vivencias se os agolpan en
el recuerdo. Unas peores y otras mejores. Algunas fecundan vuestro corazón y
otras intentan volverlo estéril. Pero id más allá de los sentimientos que os
anegan y pensad en qué es lo que habéis aprendido en estos años.
No me refiero a las distintas
materias que os hemos enseñado sino a ese currículo
oculto que subyacía a todo lo que habéis recibido.
¿Qué habéis aprendido? ¿Qué os
hemos enseñado?
¿Os hemos llenado la cabeza de
datos, fórmulas, técnicas deportivas, cuadros, teorías económicas,
cosmovisiones filosóficas, sintaxis y demás o por el contrario os hemos
invitado a descubrir lo que hay por detrás de todas esas cosas?
¿Habéis descubierto que, en el
fondo, las matemáticas, la física, la química, la música, la lengua, la
literatura, la historia, el arte, la economía, la informática, el latín, el
griego, la filosofía y el deporte son
aspectos complementarios de la misma y única realidad o, por el contrario,
estáis felices de haberos librado de tan odiosas materias?
¿Habéis crecido por dentro – a lo
que Aristóteles llamaba felicidad- o simplemente habéis conseguido un papelote
que os permitirá ingresar en la Universidad o conseguir un trabajo?
Estas preguntas no son retóricas.
De la respuesta que deis a ellas depende no sólo nuestro éxito o fracaso como
educadores sino vuestra propia vida.
¿Qué os hemos enseñado y qué
habéis aprendido?
Esa doble pregunta tenéis
–tenemos- la obligación de responderla. Para ello hay que mirar dentro.
Apartarse del mundanal ruido y retirarse al castillo interior donde habita
nuestro más profundo yo, ese al que sólo uno accede y cuya clave conocen muy pocos de los que nos
rodean, a veces, por desgracia, ni nosotros mismos.
Por ello “mi yo me persigue pero
yo corro más” sería un buen adagio para muchos de nuestros contemporáneos. No
seáis vosotros de los que huyen del yo. Penetrad en vuestro íntimo yo y responded a esas preguntas. He
aquí mi invitación en esta tarde.
Mas lo que para vosotros es
invitación para mí se torna exigencia. ¿Qué os he enseñado o, al menos, qué os
he querido enseñar? Me siento obligado a develar, que no desvelar, ese currículo oculto que contiene lo que mi
pobre razón me ha llevado a descubrir o, a veces, simplemente a presentir.
Asombro, persona, vocación y esperanza. Cuatro son las palabras ocultas
tras el velo curricular.
Asombro. No se puede vivir con orejeras. O como decía Terencio:
“Homo sum, nihil alieno a me puto” (“Soy hombre y nada me es ajeno”). Mala
actitud es la de aquel que no se deja asombrar por la realidad, por su
maravilloso orden que prevalece y se
manifiesta por encima del caos. Nefanda actitud la del que vive de forma
acrítica sin utilizar su razón para comprender el admirable espectáculo que le
ha tocado en suerte. Necia la actitud de aquel que renuncia a saber porque
según él no hay verdad. Frente a ello
reivindico la actitud de aquel que se deja deslumbrar por la Verdad, Bondad y
Belleza que brilla en el rostro de lo real y que, con humilde razón, intenta
comprender tamaño espectáculo y, con no menos humilde corazón, lucha por vivir
conforme a lo descubierto. Frente al escéptico el sabio. Menos Nietzsche y más Sócrates.
Persona. La persona es el colmo del asombro, de mi asombro, y el
culmen de la realidad. Me descubro como persona entre personas. Como un ser
único, irrepetible e insustituible rodeado de tantos otros seres no menos
únicos, irrepetibles e insustituibles. Y ahí encuentro que toda persona tiene
valor absoluto, dignidad. A saber, que nunca debe ser tratada como cosa ya que
vale por sí misma; no por lo que tiene o por lo que hace, sino por lo que es.
De ahí que me adhiera a la
posición de Séneca (“homo, sacra res
homini” –“el hombre es un ser sagrado para el hombre”-) y no a la de Hobbes
(“homo, homini lupus” –“el hombre es
un lobo para el hombre”-).
Apuesto por el respeto absoluto a toda persona, sea un genocida o un santo. Toda persona, por el mero hecho de serlo es un ser sagrado que pide ser tratado como lo que es: persona. Menos Hobbes y más Séneca.
Vocación. La persona es un ser inacabado y está llamado a ser lo mejor que puede llegar a ser. Su vida es, por tanto, una vocación que se le presenta como tarea. Tarea que no puede realizarse a costa de los demás ni enfrentado a ellos. Tarea que es al mismo tiempo individual y colectiva. Tarea que no se puede realizar mediante la lucha, ya sea de clases, de sexos, de generaciones, de partidismos políticos o de lo que sea. El odio no es el motor de la historia. Mi órdago a la grande va por aquello de Agustín de Hipona: “Dime cuál es el peso de tu amor y te diré quién eres”. Sólo desde la amistad profunda y desde el amor serio y comprometido podemos llegar a ser lo que debemos ser. Sólo el amor tiene nombre de persona. Por ello, menos Marx y más Agustín.
Esperanza. Se me podrá calificar de utópico pero la persona es el ser de la esperanza. El que pacientemente espera, a pesar de los pesares. Es cierto que este currículo no está de moda pero no es menos cierto que es el único que hace justicia a nuestra condición de personas. Todos lo sabéis y lo veis cuando entráis dentro de vosotros aunque, muchas veces, no os atreváis a decirlo. Así pues, aunque haya motivos para la desolación, en medio de la desolación vive mi esperanza porque sé que en el fondo de vuestro ser estáis llamados a hacer de vuestra vida algo extraordinario. Es cierto que tendréis que elegir y es hasta posible que algunos traicionéis vuestra íntima vocación pero espero y sé que la mayoría sacaréis lo mejor de vosotros.
Apuesto por el respeto absoluto a toda persona, sea un genocida o un santo. Toda persona, por el mero hecho de serlo es un ser sagrado que pide ser tratado como lo que es: persona. Menos Hobbes y más Séneca.
Vocación. La persona es un ser inacabado y está llamado a ser lo mejor que puede llegar a ser. Su vida es, por tanto, una vocación que se le presenta como tarea. Tarea que no puede realizarse a costa de los demás ni enfrentado a ellos. Tarea que es al mismo tiempo individual y colectiva. Tarea que no se puede realizar mediante la lucha, ya sea de clases, de sexos, de generaciones, de partidismos políticos o de lo que sea. El odio no es el motor de la historia. Mi órdago a la grande va por aquello de Agustín de Hipona: “Dime cuál es el peso de tu amor y te diré quién eres”. Sólo desde la amistad profunda y desde el amor serio y comprometido podemos llegar a ser lo que debemos ser. Sólo el amor tiene nombre de persona. Por ello, menos Marx y más Agustín.
Esperanza. Se me podrá calificar de utópico pero la persona es el ser de la esperanza. El que pacientemente espera, a pesar de los pesares. Es cierto que este currículo no está de moda pero no es menos cierto que es el único que hace justicia a nuestra condición de personas. Todos lo sabéis y lo veis cuando entráis dentro de vosotros aunque, muchas veces, no os atreváis a decirlo. Así pues, aunque haya motivos para la desolación, en medio de la desolación vive mi esperanza porque sé que en el fondo de vuestro ser estáis llamados a hacer de vuestra vida algo extraordinario. Es cierto que tendréis que elegir y es hasta posible que algunos traicionéis vuestra íntima vocación pero espero y sé que la mayoría sacaréis lo mejor de vosotros.
León Bloy, el apasionado y
profético escritor francés, profesaba a comienzos del siglo XX su credo: “Espero a los cosacos y al Espíritu Santo”.
Mi esperanza no tiene por objeto
a los cosacos, ya los tenemos aquí. Espero al Santo Espíritu, a ese daimon –como decía Sócrates- que anida en vuestro yo
íntimo y que os recuerda que sois personas y que estáis llamados a hacer de
vuestra vida algo grande, a pesar del innumerable número de cosacos que intenta
hacer brotar en mí la desesperanza.
Mi esperanza se convierte en un grito que quisiera
dirigiros en esta tarde y que ojalá recordéis siempre: “¡Empeñaos en ser quienes
sois! ¡Vivid como Personas!
Ese es mi grito esperanzado cuyo
fundamento reside en lo que mi pobre razón ha logrado ver y lo que he deseado y deseo para todos vosotros, con
reverencia y urgencia, mucha urgencia. A ello os interpelo.
Pero toda interpelación exige una
respuesta. ¿Seréis capaces de aventuraros a vivir conforme a tamaña dignidad?
Mía es la exhortación, vuestra la respuesta.
Alea jacta est!
¡Muchas gracias!