¿POR QUÉ LEER?
(Os brindo, por si puede ayudar, mi último parto. Es fruto de la primera actividad que me han encomendado en un curso de formación del profesorado que estoy realizando).
El enfoque sociolingüístico de la actividad letrada que
realiza Cassany creo que presenta grandes aciertos pero, a su vez, me resulta
incompleto porque no plantea el problema fundamental –o al menos lo da por
supuesto, o, cuando menos, si no lo da por supuesto, no lo discute porque lo
entiende, a mi juicio, según las categorías de lo políticamente correcto-.
Que leer es una práctica letrada inserta en
prácticas sociales es algo que parece claro. El problema reside en si las
prácticas sociales dominantes en nuestra cultura promueven esta práctica. Y si
la promueven, en qué sentido, lo hacen.
Georges Steiner en su ensayo Una lectura bien hecha pone de relieve cómo, a partir del siglo XX, las
prácticas sociales cambian radicalmente debido al proceso de deconstrucción que
comienza tras la pérdida del sentido que ha caracterizado a todo Occidente y
que se ha expresado a través de la auctoritas
que siendo garante de la buena lectura textual, del sentido, ha
posibilitado el encuentro del lector con el texto posibilitando,
paradójicamente, las múltiples e incesantes hermeneúticas textuales que han ido
profundizando en el sentido íntimo del texto y de sus exigencias vitales.
Cifra Steiner el comienzo de ese proceso
deconstructivo en el hecho de la Shoah. Ese mal radical tras el cual todo pierde sentido; pierde sentido la vida y
pierde sentido la lectura. No en vano Lyotard en su libro programático, La condición postmoderna, lo pone de
relieve: “Los grandes relatos han muerto”
y es refrendado en ese texto
literario, y paradójico, del llorado Umberto Eco, El
nombre de la rosa, al acabar su obra con el adagio nominalista de Ockham:
“De la rosa sólo nos queda el nombre”.
Cobra así sentido el microrelato, dominante hoy, donde lo único
que importa es lo inmediato llámese útil, entretenido, divertido, instructivo,
...
Pero no pretendo lamentarme si no simplemente
reconocer una realidad que nos lleva a plantearnos un más allá de aquello a lo que
Cassany nos invita, o al menos lo parece: ceñirnos a las prácticas sociales
que mantienen la lectura.
¿Y por qué mantienen la lectura, el microrelato,
esas prácticas sociales?
La perspectiva
sociolingüística no duda en responder: la clave es el empoderamiento. El poder. Así el texto es una herramienta sociopolítica.
El propio Cassany dirige ese sentido
pragmático-instrumental (¿o más bien estratégico?) hacia “una perspectiva
social, democratizadora, crítica, a la
búsqueda de la justicia e igualdad”.
Quizás esta dirección pueda tranquilizarnos llevándonos
a aceptar el sentido de la actividad lectoescritora (letrada) como empoderamiento. Pero, ¿no supone esto
eliminar el sentido auténtico de toda lectura -y de toda democracia-? ¿No nos lleva su propuesta a no poder hacer
jamás una buena lectura, una lectura auténtica que nos comprometa?
Intentaré justificar lo que quiero apuntar.
Solé en su artículo Como aprender a leer en Secundaria (I) cita a Wells y sus niveles
de alfabetización completa. De esos niveles el más importante es el epistémico. Pero la autora constata que
la enseñanza de la lectura se suele limitar al nivel ejecutivo y funcional
suponiendo que el instrumental vendrá
por añadidura y otorgando escasa
importancia al epistémico. Citando el Informe
Pisa de 2003 constata que sólo uno de cada cuatro estudiantes posee
suficientes o buenas cualidades para poder utilizar la lectura para aprender en
un sentido profundo.
Normal. Dicha imposibilidad proviene de entender
la lectura en clave de poder. El fundamento de toda lectura tiene que ser la
escucha y para la escucha se requiere silencio. Silencio en el que uno escuche
las exigencias íntimas de su naturaleza humana y esté abierto al otro que le
cuenta, a través del relato, su personal ensayo para ser mejor. Esas claves
pueden darse a través de un texto literario, científico, filosófico, religioso,
etc. asumiendo esa función catártica que Aristóteles atribuía a la tragedia –negada
por el propio Nietzsche que entiende esta sólo desde la voluntad... ¡de
poder!-.
Debe ser la lectura ese enfrentamiento con la
aventura humana constatando lo que el propio Sófocles pone el boca del Corifeo
en su tragedia Antígona (332-333):
“Muchas cosas asombrosas existen y, con todo, nada más asombroso que el
hombre”.
Encaramiento con mi propia aventura a través de la
aventura de los que me preceden y caminan a mi lado y con la responsabilidad de
ser luz, aunque sea pequeña, para los que nos miran y piden ayuda: ya sean
nuestros hijos o nuestros alumnos.
Encaramiento que se transforma en búsqueda
constante de la Verdad que debe encarnarse en mi vida. Búsqueda que recurre al
otro al que no percibe como enemigo sino como ese tú con el que buscar, con el que dialogar.
Diálogo que se da, por tanto, con todo texto ya que
siempre me remite a un tú, aunque el texto sea especializado. Es por ello que
toda auténtica lectura me desarma. Me interpela. Me llama a crecer. Me educa. Me
personaliza. A pesar de que en ese desarme
padezca esas dos experiencias a las que se refiere Platón, siempre en boca
de Sócrates, en su diálogo Eutifrón: la
de Dédalo o la de Tántalo.
Dédalo, el escultor, al crear sus estatuas
descubre cómo ellas se le escapan. Es esa experiencia que Eutifrón refiere como
la ruptura de esa superficialidad de la vida, de esa trivialidad inane, que se
produce cuando uno al tener una experiencia dialogal –lectora- nota que todo da vueltas alrededor
de uno mismo. Queda por tanto, desconcertado.
Tántalo,
por su parte, cuando encuentra la fruta que
puede saciar su hambre al alcance de su mano y está a punto de aferrarla experimenta que la rama, y con ella la fruta, se retira.
Esas dos experiencias se dan y se darán pero son
las que nos hacen auténticos lectores, hasta voraces, que buscan no otra cosa
en el fondo que comprender para vivir porque mi vida no es cualquier cosa. Es
esa Vida personal que, por ser personal, tiene la responsabilidad de ser lo
mejor que pueda llegar a ser.
Y me planteo. ¿No deberíamos transmitir esto a
nuestros alumnos? ¿No debería ser esa la razón para ser lector, un buen lector? Pero, ¿les hablamos de esto? Creo que no. Simplemente nos quedamos en los
medios, en los cómos. Pero hablar de cómos sin tener un porqué es absurdo. Hablemos del porqué
de leer, que no es el poder, y busquemos los medios adecuados a ese porqué. Sé
que los encontraremos. De hecho los encontramos. Y lo haremos multimodalmente:
blog, twitter, whatsapp, ebook, ...
Lo hacemos y lo haremos pero siempre si hacemos
explícito el porqué.
Así podremos comprender lo que dice Lewis en su
magnífico libro La experiencia de leer (p.
140) y que no me resisto a citar:
“La
experiencia literaria cura la herida de la individualidad, sin socavar sus
privilegios. Hay emociones colectivas que también curan esa herida, pero que destruyen los privilegios. En ellas nuestra identidad
personal se funde con la de los demás y retrocedemos hasta el nivel de la
sub-individualidad. En cambio, cuando leo gran literatura me convierto en mil
personas diferentes sin dejar se ser yo mismo. Como el cielo nocturno en el
poema griego veo con una miríada de ojos, pero sigo siendo yo el que ve. Aquí,
como en el acto religioso, en el amor, en la acción moral y en el conocimiento,
me trasciendo a mí mismo y en ninguna otra actividad logro ser más yo”.
En conclusión: “Leemos
para saber que no estamos sólos”. (Frase tomada de la película Tierras de Penumbra y puesta en boca de
Lewis).
Es el poder (empoderamiento)
que nunca podrá conseguir la democratización ni la igualdad el que nos
condena a la soledad. Soledad que sólo puede ser rota por una lectura auténtica
que, a mi juicio, no es la que –aunque no sea consciente de ello- defiende el
enfoque sociolingüístico.
Es por ello, que leo para saber que no estoy sólo.