DE PROFUNDIS (Discurso de Graduación de la Promoción 2018 del I.E.S. José García Nieto)


De profundis. (Desde lo hondo). Dos palabras que vienen a mi mente y a mi corazón.


Desde lo hondo quisiera hablarte en esta mi última lección, si así puede llamarse. Desde lo hondo de mi corazón, entendiendo por corazón no solo la facultad sentimental de la persona sino como lo hace el pensamiento hebreo. Para este, el corazón (lev) es el núcleo más íntimo de la persona. Allí donde aparece, más allá de toda apariencia y de toda máscara, lo que realmente uno es. Allí donde uno se encara consigo mismo y, según los hebreos, también con Yavhé, con Dios.


Desde ahí me gustaría comenzar mi última invitación a mirar a lo profundo con el fin de que la verdad se nos muestre, se nos regale, como dádiva preciosa que nos permita dar luz y animar nuestra vida cotidiana. Eso es, ya lo sabes, la auténtica filosofía, aquella que busca esa verdad que, si lo es, pide encarnarse en nuestra vida.



Sócrates, como siempre, nos indica cuál debe ser la dirección de nuestra mirada: la muerte, mi propia muerte. Y nos invita a mirar no en tercera persona sino en primera.



Y, ¿por qué debo mirar a mi muerte en el día de mi graduación y, en medio de una fiesta, cuando todo invita a vivir y a alejar de mí el fantasma de la muerte?



Sócrates, siempre certero, responde: “Quien no atiende a su muerte, no puede atender a su vida”.



Profundicemos en el enigma socrático. ¿Qué tiene que ver mi muerte con mi vida?



Encararme con mi muerte revela dos posibles actitudes. La de huir de ella mientras pueda: “La muerte me persigue pero yo corro más”- decía una de esas pintadas que, de vez en cuando, reclaman mi distraída atención. O bien la de mirar fijamente a sus ojos aun a riesgo, según todos me dicen, de perder el tiempo como si fuera a convertirme en piedra mirando a Medusa o bien en estatua de sal al contemplar, como la mujer de Lot, su paso destructor por Sodoma.



Si, con mirada humilde, me atrevo a mirar a sus ojos,  ¿qué descubro? Me descubro a mí, ser paradójico que no puede evitar la muerte pero que no quiere morir. La muerte señala a mi vida y me hace preguntarme por ella: ¿Quién soy? ¿Quién quiero ser? ¿Quién debo ser? Preguntas estas que hacen caer el velo que empaña mi vista y que me descubren que la auténtica muerte no es la muerte física, biológica, sino la muerte a mí mismo. Eso que Sócrates llamaba muerte moral. Advierto, entonces, que debo hacerme cargo de mi vida porque de lo contrario seré un muerto en vida. (¿No estaremos tan obsesionados con los zombis porque así nos distraemos del problema fundamental, del hacernos cargo de la propia vida?).



La muerte moral me devuelve a aquel momento en que dejé de ser niño. Allí donde descubrí –yo y todos- que la vida es una oportunidad, una oportunidad de lo grande, de lo bello, de lo bueno, de lo verdadero. De lo auténtico en suma.



Allí donde empecé a caminar con ilusión y tropecé también con todas esas voces de sirenas que tanto prometían y tan poco dan. Caminando y tropezando, tropezando y caminando encontré lo mismo que Sócrates, que solo hay dos formas de vivir: o bien desde la superficie o bien desde lo hondo (de profundis).





Vivir desde la superficie, distraído, intentando hacer cosas para llenar la vida, para comerme el tiempo, constituyendo mi yo aparente –mi máscara- en centro de todo y de todos, corriendo para todos los lados queriendo ser siempre el primero, el más alto, el más encumbrado, el señor del mundo… Corriendo siempre delante de la muerte, para escapar de ella sin atender a que quizás ya soy un muerto en vida. Yo que quería comerme el tiempo he sido devorado por él. Y en esos momentos de lucidez, que tanto me molestan, descubro que la superficie no hace justicia a mi rostro auténtico, que he convertido mi vida en un exquisito carnaval portando una bonita máscara que, al fin y al cabo, desluce mi rostro porque no soy yo.



Vivir desde lo hondo, en continua búsqueda, intentando saber qué debo hacer y, sobre todo, por qué debo hacerlo. Encontrándome en mi camino con otros buscadores, caminando junto a ellos, en atento diálogo en el que lo que primero encuentro es su rostro. El rostro de aquel que acompaño que me muestra que es digno no por lo que tiene sino por lo que es. Descubriendo que es digno de aquello que yo busco, ser amado. Ya decía Lévinas que solo el que descubre el rostro del otro, del que camina a su lado, descubre que es responsable de él. Y vivir así, o al menos intentarlo, es lo que, a pesar de su extrema dificultad, hace aflorar mi rostro auténtico desechando toda mascarada y convirtiendo la vida no en carnaval sino en fiesta en la que todo se celebra con seriedad infinita, donde todo es lo que es, la tristeza, tristeza y la alegría, alegría. Donde el anonimato se rompe porque hay personas (tú y yo) que dan sentido a las cosas y no cosas que sustituyen y suprimen a las personas.



Dos formas de vivir ante las que tienes que elegir. Esta es la tesitura. Esta es la elección más importante que tienes que hacer. El resto de tus decisiones solo cobrarán valor desde aquí. ¿Cómo quieres vivir desde la superficie o  desde lo hondo?



Un día Sócrates, como cuenta Platón en el Simposio, se encontró con la sacerdotisa Diotima. Su maestra le expuso el dilema y le pidió que eligiera pero que lo hiciera bien.



Yo no soy Diotima, más bien un pequeño e indigno discípulo de Sócrates, y en esta tarde te imploro que elijas bien. ¡Ojalá quieras vivir desde lo hondo! Allí donde la actitud fundamental se expresa en un detrás de  ti, de nuevo Lévinas. Ese detrás de ti que no es ni buena educación, ni servilismo vano. Un detrás de ti que reconoce que solo poniendo los ojos en el otro, con absoluto desinterés, se revelará mi auténtico rostro. Un rostro que luchará por desterrar cualquier actitud de dominio y la sustituirá por el reconocimiento de la dignidad, del valor absoluto, de la sacralidad de todo ser humano.



Diotima invitó a Sócrates a vivir de profundis y Sócrates aceptó sabiendo que no era ni sería perfecto nunca y que cuando se dejará arrastrar por la superficialidad debería volver a empezar. No se cansó nunca de estar empezando siempre. Y ganó la vida porque vivió de profundis.



No te canses nunca de estar empezando siempre a vivir desde lo hondo.



Eso es lo que la filosofía me ha enseñado y me enseña y es lo que  he querido enseñarte. Este es mi pobre legado: De profundis, siempre detrás de ti.



¡Gracias desde lo hondo, desde mi corazón! De profundis.


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