LA "CAJITA"

Para vosotros, mis alumnos y alumnas de 1º de Bachillerato, a los que he tenido el privilegio y el honor de poder haberos  invitado a pensar para buscar la verdad.



Nuestro curso llega a su fin. Y el final es el tiempo de las conclusiones. Y concluir no resulta fácil. Hay que sintetizar lo dicho pero, y eso es lo más difícil, hay que intentar sintetizar lo no dicho. Y lo no dicho ha sido tanto… Ha pasado el curso tan rápido que hay cosas que no os he podido decir y me hubiera gustado tanto que las hubierais escuchado…

Lo que os quiero decir es esto:


Si quieres saber qué es, mira dentro. ¿Por qué mirar dentro? Porque si algo nos ha enseñado la Filosofía es que no hay que quedarse en la superficialidad. Hay que ir “a las cosas mismas”, a lo esencial porque “lo esencial es invisible a los ojos”.

¿Qué es la “cajita”? La “cajita” no es una cosa. No es algo sino alguien. La cajita eres “tú”.

Por eso la pregunta debería ser más bien otra: ¿Quién es la “cajita”?

Esa es la pregunta fundamental de la filosofía y de todo hombre y mujer: “¿Quién es la Persona?”.

Esa pregunta, fijaos bien, es peculiar y hay que entenderla bien. Es una pregunta que no es, en modo alguno, abstracta. Antes bien, es concreta, concretísima. La persona es un “yo” y un “tú” destinados a engendrar un “nosotros”. Y todo “yo”, “tú” y “nosotros” tiene rostro concreto, nombre y apellidos.

Por tanto, toda persona, desde que es zigoto –y aunque no puedo mostrarlo aquí se puede ver que todo zigoto ya es un ser humano y, por tanto, personal- y hasta que muere -si no más allá todavía- es la cumbre de lo real. Lo real son las cosas del mundo, sí por supuesto, pero no son lo más auténticamente real. Lo auténticamente real, lo plenamente real somos tú y yo. Somos nosotros.

Es por ello que es tarea de todos el comprender lo que somos. “Conócete a ti mismo” –decía el oráculo de Delfos. Esa es la tarea fundamental aunque con un matiz. El matiz es que hay que mirar dentro y sólo se puede mirar dentro a través de los ojos de otro. ¿De quién? De aquel al que amamos.

La Persona tiene que mirar dentro y mirar dentro es mirar más allá de sí. Es trascenderse, dirigirse hacia el otro. Y quién descubre que hay un rostro, que no es el propio, al que amar y se empeña en ello, aunque sea muy imperfectamente, ese es el único que tiene acceso a su propio rostro.

¿Paradójico? Efectivamente, la Persona es paradójica pero en esa paradoja, en ese juego –que lo es de amor- es donde se encuentra su fundamento último, su razón de ser.

Dejaos, por tanto, de mirar sólo a lo externo. Las cosas -lo que se ve, se toca, se mide y se pesa- no son lo auténticamente real. Esa es la gran mentira en la que vivimos -lo que Michel Henry ha llamado la “reducción galileana”-. Si quieres comprender lo externo, tienes que comprender lo auténticamente real. Y lo auténticamente real es la Persona, toda persona sin excepciones ni exclusiones.

Pero comprender la Persona supone huir tanto del “individualismo” como del “colectivismo”. Ni individualismo, ni colectivismo.

El individualismo, mal menor –pero mal-, nos hace centrarnos en nuestro “yo” entendido como un átomo absolutamente libre (“autónomo”- dicen) que sólo se preocupa de sí mismo: “Primero ‘yo’, segundo ‘yo’ y tercero también ’yo’. Este individualismo que es un mal menor porque al menos reconoce el ‘yo’ pero que, como todo mal, debe ser superado tiene consecuencias trágicas. Se reviste de ‘tolerancia’ pero en su sentido etimológico (“tollere” –soportar-) y, en consecuencia, se instala en la cultura de la sospecha. Cualquiera es un potencial enemigo que puede frustrar mis planes. He aquí que huye de toda cercanía, de todo lazo, de todo compromiso. Todo, absolutamente todo, es medido por el criterio de la “utilidad”. Si no me sirve, lo desprecio, lo ignoro y llego a negar hasta su existencia. Si la realidad no es como yo quiero o no es realidad o peor para la realidad. ¿Consecuencia? Superficialidad, soledad y vacío, vacío, vacío…

Es el cordero enfermo del que hablaba El Principito:



El colectivismo dice haber superado el “yo”. El “yo” no existe porque es esencialmente “egoísta”. Lo que existe es la sociedad. Esa sociedad de la que los individuos somos meras piezas que contribuimos a su progreso. Así, se habla de igualdad social –que no de igualdad personal- donde lo único que importa es el cuerpo social. La igualdad social es entendida por tanto como equidad (es decir, en tanto que somos piezas del sistema social somos todos “piezas” iguales que tenemos que ocupar nuestro lugar y funcionar bien pero, eso sí, si no funcionamos bien, somos reemplazables). La virtud máxima es la “solidaridad”. Pero hete aquí que el lenguaje es engañoso. ¿Qué es solidaridad? No más que cohesión. Luchar por un mundo mejor se restringe a luchar por que haya una sociedad cohesionada. Llegamos así a un antihumanismo aún más radical que el anterior, porque se reviste de lo que no es. Lo expreso con un ejemplo: Si debo ser “solidario” no es porque el otro me importe sino porque, en caso de no serlo, la sociedad no funcionará bien, no estará “cohesionada”. ¿Consecuencia? Al final, el corazón de la persona se siente defraudado, engañado y si no sabe ver más allá, termina siendo un desencantado que pasa a engrosar las filas del individualismo y, generalmente, se alinea en el más extremo de los individualismos…

Tenemos aquí el carnero:


Más allá de individualismo y colectivismo está el personalismo. A saber, la apuesta por la Persona. Apuesta arriesgada y difícil, muy difícil. Pero la única que reconoce la auténtica realidad, la de la Persona.

He aquí, como os decía más arriba, que hablar de Persona es hacerlo de un “yo” y de un “tú” que descubriéndose uno al otro mediante el compromiso del amor constituyen un “nosotros”. Un “nosotros” donde el “yo” es más “yo” y el “tú” más “tú” porque lo que a cada uno de importa, ante todo no es sí mismo sino el otro.

Este descubrimiento, como toda auténtica filosofía, es eminentemente práctico porque descubrir quién soy me pide vivir conforme a la exigencia propia de mi ser.

Así se ilumina todo lo real, las cosas son cosas y las personas son personas pero lo más importante son las personas, todas y cada una de ellas sin exclusión posible.

Eso es lo que he querido enseñaros y la tarea que os dejo para el resto de vuestras vidas porque esta es la auténtica tarea que tiene ante sí todo hombre, aunque no quiera reconocerlo.

Reconocedlo pues y manos a la obra. Contad conmigo para lo que queráis.

Aquí tenéis de nuevo la cajita, ¡miradla! ¿No cobra ahora un sentido nuevo? ¡Miradla con frecuencia! Ya os vaya bien u os vaya mal. ¡Mirad dentro! Y allí descubriréis un secreto, vuestro secreto, nuestro secreto porque “lo esencial es invisible a los ojos”.

Entradas populares de este blog

DILIGE ET QUOD VIS FAC! (A mis alumnos de 1º de Bachillerato del IES José García Nieto. Curso 2016-2017)

TENGA USTED ÉXITO EN SU MUERTE (Fabrice Hadjadj)

"POLVO SERÉ, MAS POLVO ENAMORADO" (Palabras de despedida de la promoción 2009-2010. 20 de mayo de 2010)