ESA INSOPORTABLE LEVEDAD...



Una perla más de mi buen amigo y maestro Juan Antonio.
Merece la pena leerla, reflexionarla y, sobre todo, hacerla vida.

 Un fantasma recorre Occidente: la banalidad”, podríamos decir parodiando a Marx ¿Cómo calificarán
nuestra sociedad las generaciones futuras cuando analicen lo que ven, escuchan y admiran nuestros jóvenes? No lo sé, pero a nosotros puede darnos muchas de las claves de la educación: el reino despótico de la apariencia, de la frivolidad, del pensamiento único que se ha adueñado de los medios de comunicación. ¿Se puede entender la compleja realidad social económica y política solo a través de 140 caracteres? ¿Se puede transmitir el proyecto de vida en común, solo sostenido a través de sacrificios particulares, si el ejemplo de éxito social es la convivencia de unos supuestos VIP, cuya vida sin interioridad es retransmitida en directo? ¿Se puede conseguir una mejora del peregrinaje social si no sabemos el itinerario, si desconocemos de dónde partimos y hacia dónde vamos?

Esta frivolización de la existencia, tanto personal como colectiva, es incompatible con la dignidad y el progreso humano tal como lo entendemos en Occidente. No se trata solo de enseñar destrezas y
competencias, sino de transmitir los valores que dan sentido a los esfuerzos que requiere una vida humana auténtica, no anestesiada por la permanente distracción hacia el exterior.

Por ello, cuando más abundan los medios, es cuando no podemos perder de vista los fines. Nunca hemos tenido tantos medios para enseñar como ahora.

“Cuando el marinero no encuentra la Polar, cualquier viento le es adverso”, decía Séneca y algo similar podemos decir de la educación actual, con grandes e innumerables medios, pero con una escasez de fines que vuelven inútil cualquier esfuerzo.

Personalmente, me produce vértigo la cantidad de estudios, congresos, webs, blogs y otros muchos recursos que compiten para atraer mi atención ofreciendo nuevos “crecepelos educativos”. Contrasta
esta inmensa oferta con la permanente insatisfacción educativa que asola a Occidente en general y a España en particular.

Insatisfacción sí, a pesar de la complacencia de las administraciones educativas cuando presentan sus logros a través de la disminución del abandono escolar prematuro como indicador máximo del éxito escolar. Que no abandonen el sistema puede ser una condición necesaria, pero absolutamente insuficiente del éxito escolar y menos aún del logro educativo.

Occidente se encuentra permanente insatisfecho con su sistema escolar porque no sabe en el fondo qué es lo que quiere conseguir con la educación. No se trata sólo de la inserción laboral –que no sería poco, pero que depende de factores externos al sistema educativo–, ni del subsidio social mínimo ni del dominio de las nuevas tecnologías: se trata de algo más, de entender el qué y el para qué de la propia existencia y del proyecto de vida en común que nos ha tocado vivir.

En el hipotético caso de la adquisición plena de las siete famosas competencias, la educación occidental fracasará si instala a los jóvenes en la epidermis de la vida, en el interés particular o partidista, en la apariencia efímera, en el aplauso fácil o en la acomodación con la opinión mayoritaria.

Esto produciría unos niveles de mediocridad intelectual y una falta de crítica asfixiante. Por mucho que sea una situación mayoritaria, no dejará de ser una existencia humana fallida.

Occidente surge cuando más allá de las apariencias, de la comodidad del reino de las sombras instalado en la caverna platónica, se inicia la difícil e incompresible ascensión a otros mundos verdaderos y reales donde brillan los ideales. Hoy Occidente se ha instalado en la representación de la realidad, en el pacto con lo
fáctico, en el individualismo más infantil: no importa la belleza de la obra de arte o de la naturaleza, sino el selfie. El objetivo no es contemplar la obra de arte ni su imagen más fiel, sino mostrar a los demás
que estuve allí, mi representación en primer plano… lo demás es secundario. En definitiva: la trivialización de la cultura.

Para luchar contra esta peste cultural, necesitamos volver al punto del camino donde perdimos el itinerario y para ello recuperar, entre otras cosas, el silencio.

No sería mala práctica ayudar a nuestros jóvenes a que aprendan a escuchar el silencio, a apagar las múltiples fuentes de sonidos que, como si fuera oxígeno, necesitan para sentirse vivos.

El silencio como condición para la reflexión. En ella reside nuestra singularidad frente a las máquinas, nuestra capacidad de llevar una vida singular distinta, propia e irrepetible. Mis reflexiones, son mías y las puedo compartir o no. La información es común para todos, y en muchos casos trivial e irrelevante.

La reflexión permite interiorizar, digerir la información, transformarla en conocimiento significativo para nuestra vida, por ello se dice que cinco minutos de reflexión enseñan más que muchas horas de lectura o de viajes. Se puede mirar sin ver, se puede ver sin entender. Incluso, posiblemente se puede tener éxito, pero
sin reflexión no se puede tener una existencia humana plena. El único modo de luchar contra el tsunami cultural de la trivialización, la superficialidad y la banalidad es recuperar la reflexión como práctica habitual.

Como decían los clásicos, una vida que no es reflexionada, no es una auténtica vida humana. Alguien dijo que el hombre actual se parece a uno que sale de su casa, pierde la llave y ya no sabe cómo entrar en ella: incapaz de penetrar, opta por distraerse, dando vueltas alrededor.

Educar es ayudar a volver al interior, por mucho que, de momento, nos incomode encontrarnos a solas con nosotros mismos.

Juan Antonio Gómez Trinidad
en ESCUELA Núm. 4.055 (434). 26 de marzo de 2015.


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